Después de tres años sin escribir, gracias a los ánimos de mi buen amigo Pedro Víllora, me hizo muy feliz poder presentar este libro. El tema me llega mucho al corazón porque la divina isla de Capri es el lugar donde veraneo desde hace cerca de 30 años, ciudad además que me nombró "Ciudadano de honor" y miembro del Senado de la Cultura. Pedro tuvo la gran amabilidad de escribirme un prólogo magnífico, que podéis leer aquí.
La presentación (el 25 de noviembre de 2013 en Madrid) fue todo un placer, no solo por la calidad de los presentadores sino por el magnífico menú servido por el restaurante Sushiwakka, que nos brindó su local y su hospitalidad, obsequiándonos con una deliciosa cena japonesa.
Prólogo, por Pedro Víllora
Octavio de Capri
En los veinte años que hace que lo conozco, jamás he visto a Octavio Aceves en verano. En otoño es fácil encontrarlo en los estrenos del Teatro Real o asistiendo a los ciclos de lied del Teatro de la Zarzuela. En las tardes de invierno se refugia del frío en los acogedores salones del Hotel Ritz, junto a un excelente servicio de té. En primavera, recorre en busca de rarezas y exquisiteces las casetas de la Feria del Libro Antiguo del Paseo de Recoletos, antes de firmar él mismo ejemplares de su copiosa obra en la otra Feria del Libro, la del Retiro. Me refiero solo a Madrid, claro está; la ciudad en la que este bonaerense reside habitualmente y de cuya vida cultural hace uso tan frecuente como fructífero. Pero en verano, como si fuese un habitante de su también muy amada Roma temeroso del ferragosto, huye de la ciudad. Abandona la capital de España y sus amigos sabemos que solo hay un destino posible. No es París (aunque raro es el año en que no pase al menos una semana en ese lugar donde vivió gran parte de su juventud). No es tampoco Barcelona (donde se dio a conocer y vio crecer su popularidad) ni Palma de Mallorca (residencia de su familia más próxima y querida). No es ni siquiera Venecia (de la que, en el fondo, nunca se ha ido). Octavio, en verano, siempre está en Capri. Octavio Aceves siente una especial fascinación por los lugares, por ciertos lugares. Diría que, para él, los espacios están ocupados por el tiempo, repletos de pasado. Observa y transmite el ayer contenido en las cosas, que son signos delatores de quienes las han creado, usado, transformado y hasta a veces destruido. Por eso no hay sitio donde Octavio se sienta tan bien como en una ciudad histórica, allí donde en alguna ocasión se ha manifestado la grandeza. Cuando acudimos a su bibliografía, advertimos que ese encuentro con la historia es mucho más que un entretenimiento pasajero. A un escritor lo conocemos por su obra, y aunque todos pueden escribir ocasionalmente un libro de circunstancias, la reiteración en formas, estilos y géneros dista de ser casual. La repetida aparición de unos mismos intereses nos habla no solo de lo que el autor hace, sino de aquello que el hombre es. Así, es fácil saber quién y cómo puede ser una persona que estudia la herejía cátara del siglo XIII en “Un largo camino a Montségur. El secreto cátaro al descubierto” (1989), y que continúa dedicándose a otros movimientos espirituales tardomedievales que darán lugar a “Valdenses. Crónica de una herejía” (1990) y “La sangre de los hugonotes o La noche de San Bartolomé” (1991). Ese Octavio Aceves a quien no basta con conocer los hechos, sino además acercarse a las personas, se concentra en maestros como Giordano Bruno o Cagliostro para escribir “Siete vidas esotéricas” (1992). Mientras, a la obra de los artistas semidesconocidos que transforman la actividad poética en el desarrollo de las lenguas romances consagra “Trovadores y juglares” (1998). Y entre tanto ampliaría su dedicación al encuentro entre expresión poética y creación musical con su ensayo “Puccini y el eterno femenino” (1996) y, sobre todo, con su biografía de la gran cantante rossiniana del siglo XIX: “La pasión de María Malibrán” (1995). Lo histórico, lo artístico, lo biográfico y lo musical forman parte central de los intereses de Octavio Aceves. Cuando, además, se suma lo personal, dan como resultado el retrato de su amiga más querida: “Cuando los ángeles cantan. Biografía de Victoria de los Ángeles” (2008). Estos libros citados tratan en su mayoría sobre las personas y sus creaciones, y por eso nos hablan del entusiasmo con que Octavio contempla a quienes son capaces de procurar emociones y vivencias en lectores y espectadores. La admiración es un acto de generosidad y agradecimiento, y Octavio es generoso y agradecido con quienes contribuyen al placer y deleite de los demás, mejorando la calidad de vida mediante la educación y afinamiento del gusto. El gusto de Octavio depende de personas y lugares muy concretos. Sobre ellos también ha escrito. En el año 2005 publicó “El París de los 50” y en 2006 apareció “La Venecia de Casanova”. En el primer caso, extendiéndose en su análisis una década más de la anticipada por el título, muestra la mezcla de sofisticación y existencialismo de una época que culmina con las revueltas de 1968. Así, en el viaje que va del estudio de Coco Chanel a la Cinemateca de Henri Langlois, la voz de Juliette Gréco acompaña a Sartre y Camus disputando sobre política y sociedad. En el segundo, no es tanto el genial memorialista quien centra su atención, sino la ciudad más artificiosa posible en un siglo tan extremo y aparente como el XVIII. La teatralidad de un espacio excesivo y único sirve a Octavio para hablar, en realidad, de la permanente capacidad de construirse a uno mismo. Su Venecia, la de Vivaldi, Goldoni o Tiépolo, rodeada de muerte apuesta por la vida, goza, disfruta, ríe y se ornamenta. Es una Venecia extraordinariamente vital y muy exigente para quien quiera ser un participante activo del carnaval interminable: ser un espectador pasivo es fácil, pero la Venecia de Octavio está llena de héroes y ellos, aunque tengan menos tiempo, viven más. Ser quien uno quiere ser: eso le han enseñado sus maestros parisinos y venecianos. Amar la cultura, nutrirse de historia, atender a los demás. Pero estar en la vida y para la vida es cansado y todo guerrero necesita su reposo. Ese es el cierre de esta especie de trilogía de los lugares que es “Capri. De Tiberio a la dolce vita”. Octavio Aceves ha elegido esta isla para su descanso anual, y no es una isla cualquiera. Su microcosmos está a rebosar de arte y música, misterio y secretos, libertad y promiscuidad, muerte y destrucción. Octavio tiene en Capri cuanto pueda desear en términos de relato histórico y cultural. Más de dos mil años de amor y tragedia lo preceden. Y además tiene el mar: humanidad y naturaleza en unos pocos metros cuadrados donde todo se intensifica; sean la vida, las pasiones o hasta la misma tranquilidad. Hasta cierto punto, este libro tiene algo de guía de viajes. Su autor nos habla de un mundo que conoce a la perfección. Nos acerca a los lugares esenciales y a los que solo unos pocos conocen. Nos señala lo mejor de cada sitio. Nos presenta a la gente, que en este caso no es solo la que vive allí ahora sino la que aún persiste en el recuerdo; y da igual que esos habitantes o residentes sean emperadores, premios Nobel o la dueña de un café. Octavio nos comenta los grandes nombres que han marcado la isla, pero también los pequeños, sus anécdotas, su trascendencia para que el hechizo de Capri se mantenga a la vez que se transforma. Octavio de Capri está preparado para acompañarnos al sueño de un verano que jamás termina. Es hora de dejarnos llevar.